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No fueron los clavos los que fijaron a Dios a una cruz. Fue amor.


Articulo: "EL DIA EN QUE JESUS GUARDO SILENCIO" Referencias Biblicas
No dejaba de sorprenderme de los títulos. En algunos ficheros habían muchas más tarjetas de las que esperaba y otras veces menos de lo que yo pensaba. 

Estaba atónito del volumen de información de mi vida que había acumulado. ¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma. 

Cuando vi el archivo "Canciones que he escuchado" quede atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aun así, vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido. 

Cuando llegué al archivo: "Pensamientos lujuriosos" un escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo abrí el cajón unos centímetros.. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saque una ficha al azar y me conmoví por su contenido. 

Me sentí asqueado al constatar que "ese" momento, escondido en la oscuridad, había quedado registrado... No necesitaba ver mas... 

Un instinto animal afloró en mi. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver estas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este salón.. !Tengo que destruirlo!. En un frenesí insano arranqué un cajón, tenía que vaciar y quemar su contenido. Pero descubrí que no podía
siquiera desglosar una sola del cajón. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, solo para descubrir que eran más duras que el acero cuando intentaba arrancarlas. 

Vencido y completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar. Apoyando mi cabeza al interminable archivo, testigo invencible de mis miserias, y empecé a llorar. En eso, el titulo de un cajón pareció aliviar en algo mi situación: 

"Personas a las que les he compartido el Evangelio". La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un nuevo pensamiento cruzaba mi mente: nadie deberá entrar a este salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre. 

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